Viva el socialismo. Pero... (2)
Carlos
Fuentes
15 May. 12
Nadie ha explicado la
continuidad de la historia de Francia mejor que Francois Mitterrand. Nunca fui
partidario de Charles De Gaulle, explicó una vez. Pero siempre rehusé ser su
enemigo, afirmó. ¿Por qué? porque existía. Porque sus actos lo creaban,
convencido de que él era Francia, a la cual, añade Mitterrand, De Gaulle quería
con un amor visceral, exclusivo. Es más: De Gaulle afirmaba la presencia
francesa en todos los frentes a la vez. Exigía admiración y lealtad. Un viejo
chiste propone que De Gaulle, ante su gabinete, decidió un día invadir la Unión
Soviética.
-¡Dios mío! -exclamó un ministro.
-No exagere -le
contestó De Gaulle.
Si evoco este pasado, es para acercarme al presente
que enfrenta el recién electo Francois Hollande y para contrastar el gran
talento político de De Gaulle, tan admirado por su opositor Mitterrand, con la
pequeñez del antecesor inmediato de Hollande, Nicolas Sarkozy. Presidente de un
solo período, Sarkozy lo inició con frivolidad: cenas suntuosas, viajes en
yacht, relojes de setenta mil dólares, bikinis y un profundo desprecio por la
gente de la calle: "cállate, pendejo", le dijo a un ciudadano opositor. Confieso
mi antipatía. El año de México en Francia fue cancelado por la exigencia de
Sarkozy: cada acto del centenar previsto debía comenzar con la defensa de la
encarcelada Florence Cassez: cine, arte, arqueología, literatura mexicanas, pero
primero, defensa de Cassez. La exigencia de Sarkozy dinamitó el año de México en
Francia.
A la postre, la realidad europea e internacional redujo a
Sarkozy al papel de socio menor de la canciller Angela Merkel. Pero era Francia,
al cabo, el ente secundario.
Francois Hollande hereda todo lo que llevo
dicho. La idea de la grandeza nacional que encarnó De Gaulle. Las posibilidades
de la reforma social en régimen capitalista, que fue la apuesta de Mitterrand.
La posición de Francia en la comunidad europea y la relación con la Alemania
Federal, que fue el problema de Sarkozy. Y algo más: la respuesta de Francia al
gran desafío de la sociedad civil y que pone en entredicho a todos los
gobiernos. Desploma a los autoritarismos pétreos de Egipto, Libia y Túnez.
Desnuda al ya bastante encuerado Berlusconi en Italia. No se contenta con
Zapatero ni con Rajoy en España. Multiplica la oposición en Gran Bretaña y le
resta poder electoral a Cameron sin dárselo del todo al jefe laborista Edward
Miliband. En los EE.UU., se separa del Partido Republicano, disminuye y
ridiculiza al "Tea party" y sólo le dará una victoria condicionada a Obama en
noviembre. Son los "Ocupantes".
¿Cómo responderá Francois Hollande a este
nuevo desafío, el de una sociedad que al cabo no se reconoce en ninguna de las
tribus políticas tradicionales: izquierda, centro o derecha? Conocemos algunas
de sus respuestas, todas ellas adecuadas a la situación que describo. Hollande
quiere un gobierno que se defina menos por su perfil tecnocrático y más por lo
que los franceses entienden por "humanismo", y esto significa una preocupación
mayor -como la tuvo Mitterrand- por la calidad del trabajo, la remuneración
salarial y la descentralización administrativa. Más empleo, mejor vivienda. ¿Más
austeridad? Hollande ha declarado que la austeridad no puede ser una fatalidad.
¿Cómo convertir la austeridad no sólo en virtud, sino en motor del crecimiento?
¿Y es más, en convicción colectiva?
Los desafíos a Hollande son inmensos.
La inmigración del mundo musulmán, parte de ella ya instalada en Francia,
reclama no ser tratada como la llamó Sarkozy: "la basura". Hollande debe darle
al inmigrante norafricano diálogo y un horizonte en la política de inclusión
social y creación de empleo que es la suya. El inmigrante de África del norte
debe sentir que es parte de esta política, no mero accidente adjunto de la
misma. Hollande deberá dialogar con norafricanos y afroeuropeos para alcanzar,
con todos, maneras de tratar el conflicto social y racial con las comunidades
que exigen derechos y una situación manumitida. Lo que haga Hollande en este
renglón tendrá una repercusión europea y global. El trabajo migratorio no puede
ser, a la vez, necesario y castigado. Si ya hay libertad para el capital, la
inversión y el cambio, debe haberlo también para el trabajo. Se trata, ni más ni
menos, de revertir la política sarkoziana de proteccionismo y en contra de la
inmigración.
El gran desafío del nuevo presidente de Francia consiste en
poner en marcha una política de crecimiento contraria a la política de rigor sin
crecimiento dictada por Merkel. Que existe un acuerdo franco-germano es cierto.
Hollande deberá convencer a Merkel -cosa difícil- de cambiar los términos de la
relación. O al menos, de añadir un apéndice sobre la necesidad de crecer, sin
engañar a nadie con políticas proteccionistas y subsidios a la ineficiencia. El
socialismo en el poder debe presentarse como una affectio societatis que
concierne no sólo a la empresa o al trabajo, sino al conjunto social.
No
será fácil. Pero Mitterrand demostró que, dentro de los límites, el socialismo
puede hacer lo que la derecha ni siquiera piensa en hacer. "La austeridad no
puede ser una fatalidad" -explica Hollande-. Y darle una nueva dimensión a la
construcción europea. Y decírselo cuanto antes a Europa y a Alemania.
Crecimiento con disciplina. Tal es la propuesta de Hollande. Ojalá que tenga
tiempo y éxito. La impaciencia de los "ocupantes", la sociedad civil emergente,
es muy grande.
Nota mexicana.- Me preocupa e impacienta que estos grandes
temas de la actualidad estén fuera del debate de los candidatos a la presidencia
de México, dedicados a encontrarse defectos unos a otros y dejar de lado la
agenda del porvenir.
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